… y verás
que contento,
yo me voy a
la cama,
y tengo
lindos sueños.
Bajo este
epígrafe de la canción de Celtas Cortos vamos a iniciar una pequeña serie,
destinada a perturbar los “lindos sueños” con que algunos investigadores del
otro club de la ciudad se van a la cama todas las noches.
Unos sueños
basados en un planteamiento revisionista que gira alrededor de dos supuestos:
· El Sevilla FC representa una ideología
progresista, el club se articula en torno a las ideas republicanas y una concepción
liberal, lo que se traduce, por ejemplo, en sus contactos con el Centro Mercantil
· El Betis
aglutina en torno a sí a las ideologías retrógradas y conservadoras, la defensa
de la tradición monárquica y aristócrata y, finalmente, del más rancio
militarismo
Todo este
cuento parte así de una idea preconcebida, independientemente de lo que digan
los hechos conocidos. Bajo ese prisma todos los datos que se encuentran y que
afirman esa idea son realzadas y difundidas, pero todas aquellas de signo
contrario, que pueden dar al traste con el escenario previamente montado, son
silenciadas y ocultadas al conocimiento público.
Pues bien,
nos toca ejercer el papel de mosca cojonera y sacar a la luz pública algunos
datos y episodios que van a desmontar
esos dos supuestos.
Y que quede bien claro, como ya hemos manifestado en varias
ocasiones, que desde aquí no se pretende dar la vuelta a la tortilla, pues no
estamos tampoco de acuerdo con el escenario radicalmente contrario, aquel que
nos cuenta que el Sevilla fue el club de los señoritos y el Betis el club de
los obreros.
Ambos
planteamientos son falsos, pues tanto en un club como en otros se dan
realidades muy parecidas: una masa popular de aficionados en las que se repite
el mismo esquema social y político que había en el resto de la sociedad, y unas
élites dirigentes en su gran mayoría de ideología conservadora, aunque
existieron efectivamente excepciones entre estos dirigentes.
El primer
episodio que vamos a ver se produce a los pocos días de que se proclame la Segunda
República que, recordemos, llega al poder después de unas elecciones
municipales celebradas el 12 de abril de 1931. El triunfo de las candidaturas
republicanas en casi todas las capitales de provincia españolas pone de manifiesto
el sentir mayoritario de la población, ante lo que Alfonso XIII emprende el
camino del exilio.
En el caso
concreto de Sevilla capital la candidatura de la Conjunción Republicano-Socialista
triunfó con un 59% de los votos, frente al 25% de la Concentración Monárquica,
seguida por la Coalición Liberal-Monárquica con el 10% y el Bloque Comunista
con un 4%.
Una de las
primeras decisiones que tomó el gobierno republicano fue la supresión de los símbolos
monárquicos, por ejemplo el título de Real que ostentaba el Betis Balompié, y
también la sustitución de otros como el himno o la bandera. El uso de ésta se
regula expresamente en un decreto del gobierno provisional de la República del
27 de abril de 1931.
El primer
partido oficial que se disputa en Sevilla ya con el nuevo régimen es en el
terreno de Nervión, correspondiente a los dieciseisavos de final del Campeonato
de España (Copa), cuando el 3 de mayo el equipo sevillista recibe al Racing de
Madrid en partido de vuelta.
En el
partido de ida el equipo madrileño había vencido por 2 a 0, pero en la vuelta
el Sevilla vence con facilidad por 8 a 1, clasificándose para los octavos de
final.
Una carta
aparecida en el diario sevillano El Liberal el 5 de mayo nos pone en la pista
de esta primera incidencia:
Es decir,
que en el club sevillista nadie se preocupó porque ondease en su campo de
Nervión la bandera republicana oficial. Es un socio sevillista el que escribe
al diario extrañándose de que junto a la enseña del club no ondease la bandera
nacional republicana, como hasta ese momento sí había sucedido con la monárquica.
Y propone que si la entidad no cuenta con medios económicos para costear el cambio de enseña se reúna la cantidad necesaria mediante una cuota extraordinaria ente todos los socios, lo que, a todas luces, parece una solución fuera de toda lógica.
Y propone que si la entidad no cuenta con medios económicos para costear el cambio de enseña se reúna la cantidad necesaria mediante una cuota extraordinaria ente todos los socios, lo que, a todas luces, parece una solución fuera de toda lógica.
Realmente este
socio sevillista, Antonio Pérez Rodríguez, estaba poniendo de manifiesto ante
toda la opinión pública las reticencias de la directiva sevillista a acatar la
bandera legalmente constituida en ese momento.
Para explicarnos el porqué de esa anómala situación hemos de conocer que en ese momento el presidente de la entidad sevillista era Juan Nepomuceno Domínguez y Osborne, barón de Gracia Real, un título nobiliario que ostentaban sus antepasados desde el siglo XVIII por concesión de Carlos IV, y al que no suponemos muy entusiasmado con el nuevo rumbo que iba tomando la situación del país.
Habrá que
ir despertando a más de uno de sus “lindos sueños”.
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